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Hacer comunidad en medio de los conflictos

En una comunidad auténtica hay tensiones y conflictos, son inevitables en cualquier ámbito de la vida, también en el religioso, pero ello no debe ser óbice para impedir su crecimiento.

Durante mis más de 23 años compartiendo experiencias, encuentros, formaciones, intimidades con religiosos y religiosas y visitando distintas comunidades por toda España, me he dado cuenta y he contrastado que ninguna comunidad está exenta de conflictos.

La comunidad evangélica tiene conflictos, pero ésta no existe si no hay personas que comparten y acogen mutuamente lo que sienten

(Gregorio Iriarte).

En efecto, no es nada fácil el vivir las exigencias de un auténtico grupo comunitario. Con demasiada frecuencia se usan máscaras y disfraces que ocultan la verdadera identidad y muchas veces, quizás demasiadas, los problemas se guardan debajo de una alfombra para que no vean la luz y que otros no los detecten. La vergüenza nos atenaza y la entrada de laicos en nuestras estructuras comunitarias, sobre todo en comunidades de mayores, nos ha inclinado a ocultar por vergüenza, a no mostrarnos tal cual somos/son por pudor al qué pensarán o qué dirán de nosotros.

Las tensiones y conflictos son inevitables en cualquier ámbito de la vida, personal o laboral, y también en el ámbito religioso, pero ello no debe ser óbice para impedir el crecimiento comunitario. Lo que importa es saber cómo afrontarlos, no ocultarlos, dar la cara por ellos y enfocarlos de manera adecuada.

La pregunta que se nos presenta de forma natural es: ¿Cómo podemos trabajar para construir una auténtica comunidad religiosa siendo plenamente conscientes de la presencia de tensiones y de conflictos?

Tomar conciencia

Primer factor que tenemos que valorar y tener en cuenta es la toma de conciencia real, transparente, auténtica sobre nosotros mismos. ¿Quién soy yo? ¿Cómo es mi comportamiento? ¿Qué hago para hacer comunidad en positivo? ¿Cómo me considero? ¿Soy capaz de abajarme en humildad para “perder” o es que “quiero ganar siempre”, “tener la razón siempre”? ¿Minusvaloro a mis hermanos/as de comunidad? ¿Me minusvaloro a mí mismo y por eso me recluyo, no me abro? ¿Sospecho de los demás? ¿Tengo miedo a algo o a alguien? ¿Cómo hablo? ¿Cómo me dirijo a los demás? ¿Con qué formas?

Solo desde la toma de conciencia podemos avanzar. Solo desde aquí podemos dar pasos en positivo por un bien mayor que está por encima de nosotros que es el bien comunitario.

Trabajar el encuentro comunitario

Un segundo factor es trabajar el encuentro de comunidad. La común-unidad solo se puede dar bajo el paraguas del encuentro. Para trabajarlo tenemos que poner en valor varios puntos:

  • La aceptación:

Aceptar a los demás como son implica comprender que, si algo en ellos no nos gusta, el trabajo hemos de hacerlo con nosotros mismos. Y esto no es sencillo porque pretendemos hacer a los demás como a nosotros nos gustaría que fuesen. ¿Eres capaz de aceptar a los demás tal como son? ¿O, por el contrario, sueles sentirte enfadado, irritado o decepcionado por la conducta de otras personas?

Cuando la actitud o el comportamiento de alguien nos causa malestar y desagrado, es difícil dilucidar si el problema radica en nosotros o en ellos. E igualmente complicado resulta decidir cómo actuar al respecto, pero lo que es indudable es que debemos trabajarlo en nosotros mismos, en nuestro interior, en el día a día, cada vez que tomo contacto con esa persona.

No olvidemos que la comunidad se reúne para incentivar una intercomunicación franca y fraternal, no para juzgar al otro; ponerlo “fresco/a” cada vez que nos encontramos todos juntos o cotillear con el de al lado (o no tan al lado) sobre cómo es o deja de ser y lo mucho que me saca de mis casillas.

  • La comunidad debe ayudar a que cada uno sea él mismo.

Dios nos creó únicos y diferentes a todos. Es uno de los grandes misterios de la humanidad: la singularidad con la que hemos sido creados. No hay dos personas idénticas. Las personas somos diferentes, porque cada uno tiene su carga genética, sus gustos, su opinión, su forma de expresarla, su género y su color de piel…

Las comunidades se forman pues de personas muy diversas y la comunidad tiene que trabajar para que cada uno saque lo mejor de si mismo y sean todos respetados.

En el trabajo por hacer crecer la comunidad, en vuestros encuentros comunitarios, es un error imponer la uniformidad, buscando que todos sean iguales y que todos piensen lo mismo.

Sólo cuando la comunidad se vuelve acogedora y comprensiva, pone los condicionamientos para que cada uno de sus miembros vaya creciendo interiormente.

  • Los sentimientos y juicios.

Los sentimientos nos identifican y el conjunto de sentimientos constituye la comunidad.

Los sentimientos están influenciados por nuestros pensamientos y percepciones, sin duda esto es así y lo podemos comprobar en nuestra cotidianidad. La forma en que percibimos o interpretamos una situación, da lugar a ciertos sentimientos. Los sentimientos también se ven afectados por el estrés, y a menudo, los pensamientos automáticos determinan nuestro estado de ánimo. En base a este juego de sentimientos la Comunidad se va haciendo y aparecen sentimientos de rabia, de dolor, de impotencia, de tristeza, de alegría, de miedo…

Acudimos a nuestros encuentros comunitarios con este cúmulo de emociones que ponemos en juego y compartimos y cuando compartimos sentimientos los demás tienen que respetarlos dado que es lo más sagrado. Un sentimiento no debe ser enjuiciado.

Para compartir, pues, en profundidad es necesario que nos refiramos a nuestros sentimientos. Puedes expresarte diciendo “me siento…” “o me he sentido…” seguido de un adjetivo o de un adverbio. Sin embargo, cuando dices: “ yo pienso…” te refieres a un juicio y no a un sentimiento. Ojo, porque aquí está la génesis de juicios vacíos que llevan a romper las comunidades, bien porque se enjuician sentimientos, o bien porque enjuiciamos a la hora de dar opiniones.

  • El encuentro comunitario: lugar del compartir profundo.

Primero hay que respetar a donde cada uno quiera llegar. Estas reuniones comunitarias, encuentros entre todos, tienen que buscar, de todas formas, compartir en profundidad, siendo conscientes que no es sencillo. Hablar de lo cotidiano es sencillo: política, fútbol, el tiempo, la Congregación, el Papa de Roma o los vecinos que tenemos… pero abrirse y compartir el yo más profundo no es tan sencillo.

Celebrar

Tercer factor para crear una auténtica comunidad es celebrar. En la celebración nos unimos y nos hacemos más UNO. Hay muchas cosas importantes en la vida que tenemos que celebrar. Celebración agrega una emoción y un montón de diversión a la vida, de esperanza, de alegría, y de acción de gracias. No sé si en las comunidades celebramos lo suficiente. El celebrar nos permite recordar las cosas en la vida que realmente importan. Celebramos y permitimos que las tensiones de la vida sean menos tensiones, los ruidos menos ruidos… Celebrar es vivir y vivir es celebrar.

Perdonar

Cuarto factor para crear comunidad es el perdón. Perdonarse y perdonar es una decisión para estar bien con uno mismo, antes que con los demás. El perdón a nosotros mismos es el proceso de aprender a amarnos y aceptarnos pase lo que pase, haya pasado lo que haya pasado por nuestra vida. ¡Qué importante aprender a perdonarnos!

Cuando hemos aprendido a perdonarnos tenemos que asumir el perdón como parte intrínseca de la convivencia comunitaria. El perdón desde esta concepción es una decisión, una actitud, un proceso, una forma de vida, algo que ofrecemos a los demás, algo que aceptamos para nosotros y que ofrecemos sinceramente a los otros. Es una decisión voluntaria y consciente, que nos libera de sentimientos negativos, como el rencor, resentimiento, enfado, dolor… Como actitud, implica estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de las propias percepciones, comprendiendo que son opciones, no hechos objetivos. Y como proceso, nos permite cambiar nuestras percepciones las veces que sea necesario.

En el proceso del perdón hacia los demás, tal como hemos dicho anteriormente, es importante aceptar a las personas como son. Abandonar las expectativas que hemos puesto en quienes nos rodean. Considerar que las personas perciben diferente de acuerdo con sus valores, creencias, normas y/o experiencias. Y comprender que nadie siente, piensa o actúa de igual manera que el otro.
Tomar conciencia de todo esto nos ayuda a bajar la conflictividad y nos ayuda a crear una comunidad activa, misionera, unida, creativa, amable, esperanzada, evangélica.

José Ramón López
Director de Operaciones
Fundación Summa Humanitate